1955, Domingo 7 de Agosto
(…) D. M. me invitó a participar en un concurso literario de cuyo jurado forma parte. Se me ocurre que no debo intervenir porque D.M. es pseudoclasicista y dijo que mis poemas "son muy buenos, pero un tanto osados". ¡Osadía! Escribo como puedo. Jamás sería capaz de escribir un soneto ni una apología al jardín de esa plaza. Jamás sabría componer un alejandrino ni calcular una rima. No lo lamento, pues D.M. tampoco "sabría" hacer ninguno de mis poemas.
Reina Alejandra, más sabia con sus diecinueve años que otros en toda su vida, cual una, lo cual sirve de lo más para prosperar: Cárcel a perpetuidad, sea domiciliaria, o tumba. Desde luego que nuestra incapacidad para novelar tazas de té y otras teteras samovares, helados de pistacho, o cogtados tomados sí o no al estilo de Iglanda o caféconleche-y-churros, o magdalenas, las muy proustianas (y tonto complejo te acompañase toda tu vida mi amada ante ciertas reposterías que más eran machisterías que oficios pasteleros y lo que menos contuviesen fuese idea, alma ninguna, literatura de la auténtica, cuando sí tanto "tiempo perdido") que no contuviesen su punto de misterio, es, fue total. De lo cual yo tampoco me arrepiento. Pues ¿Cuándo toda esa taradez universal de las glorias de las literaturas hubiese soñado escribir cual una? ¿Y quién sería, hombre seguro, ese D.M. con tanta cara como ética ninguna, tratando incluso de zancadillear cuando amablemente se ofrece "participa, participa, que ya verás en qué lugar influyo yo para que quede tu osadía"? ¡O a lo peor se trataba de algo parecido al modo en que se han concedido ciertos premios Adonais que me relatase colega poeta de aquí, y luego vendrían las proposiciones deshonestas: cama, sin camada, sexual y a cambio ¡premio! Y cómo se diferencian el mundo de las sin valor letras y las de siempre bambalinas pasarelas platós.

(…) Hoy me visitó Claudia Bologna. La traje a mi cuarto con "malas intenciones”. Me dijo que se siente indefinida, que no sabe qué hacer, que se aturde para vivir, que odia este país, que admira locamente a Françoise Sagan. La encontré parecida a mí, pero sin mis angustias y sensibilidad. Me causó cierta repulsión. Comencé a decirle que nada logrará bebiendo o besando jóvenes, que si desea enfrentar al mundo debe situarse seriamente ante él y sacrificar dolorosamente inmensos placeres. Que la vida es muy dura. Que es muy lindo aturdirse pero que a nada conduce. Que nadie está definido y que no se preocupe por eso. (Yo “creía” que se refería a su situación sexual.) ¿Y qué tal mi querida Alejandra si esto mismo te lo hubieses aconsejado a vos misma allá en el pervertido París, todos más salíos que el pico la mesa, sobre más si intelectuales que se la están venga a soplar, menear mientras se enredan en las musarañas y otras arácnidas telas a ver si así les visita el estro más reacio a acercárseles por lo rijosos?
Y lo que demuestra esta escritura de los diecinueve años, es que era más libre entonces, más ella misma, que lo sería nunca, cada vez más cercada de sociedad, circunstancia atrezzo que te dibuja el dinero, psiquiatras medicina criminal, sociedad sociopolítica lo mismo, encabezada por todos los carniceros generales y adornada por todos los intelectuales rijosos cuyo amueblamiento de cabeza consiste en todo lo sin valor con lo que marginan lo que o a los quienes que algo valgan de cuantas épocas. Escritura que me recuerda, por lo antítesis, mis dolorosos diarios de los quince dieciséis años violados, ¡O A TODA MI ESCRITURA, VIOLADA IGUALMENTE! Lo hiciera en nuestra pubertad macho heterosexual dándoselas de sano ¡y encima justo! al pasar por encima de tus derechos violando tus intimidades para utilizarlas de arma arrojadiza con la que destruirte la entera existencia; lo hiciera luego, lo hagan, todos los restantes machos, ya sí o no heteros, hembras lo mismo.
¿De tan antitéticas resultamos tan parecidas queridísima Ciela?